POR: JUANA DIAZ
Ya pasaron seis años. Un terrible terremoto puso en evidencia que la muy pregonada enemistad entre Haití y Dominicana no parece ser tan profunda. Salvo entre algunos grupos de políticos, oligarcas, religiosos y activistas que han hecho fortuna a coste del tema (de ambos lados del río).
En la realidad, entre los ciudadanos comunes, sensibles y corrientes no hay rivalidades ni prejuicios. Se ayudan mutuamente. Comparten. Intercambian productos. Las parturientas de aquí ceden sus camas a las de allá con más frecuencia de la imaginada.
Crece cada vez más la mano de obra haitiana en sectores que disparan el crecimiento macroeconómico dominicano. Es más, nuestro capital social -en un cada vez más creciente número de familias- está a expensas de nanas haitianas, que por más de ocho horas diarias cuidan a nuestros niños directa o indirectamente.
Sin embargo, nada de lo anterior exime de responsabilidades a ambos países por separado. Cada uno a lo suyo, atendiendo a sus ciudadanos. Como dos hermanas que nacieron de la misma madre pero con rumbos separados. Ambas hijas de padres explotadores e irresponsables que ahora pretenden que la que logró un poquito más de riqueza asuma a la otra...
(Desde los tiempos de la colonización, Haití fue la niña linda pero explotada y luego abandonada. Dominicana, la dejada sola, la que asumió rol adulto desde su infancia, y sobrevivió a piratas y corsarios)
(Desde los tiempos de la colonización, Haití fue la niña linda pero explotada y luego abandonada. Dominicana, la dejada sola, la que asumió rol adulto desde su infancia, y sobrevivió a piratas y corsarios)
Después de la colonización, seguimos en las mismas. Han cambiado formas y actores. Se han sumado enemigos internos. Sin embargo, seguimos siendo hermanos...
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