miércoles, 16 de diciembre de 2015

CARLOS BAUTISTA JIMÉNEZ: EL FIN DE JUAN SANTOS DEBE SER EL INICIO DE UNA NUEVA SOCIEDAD

El impacto que provocó en mí y en toda la sociedad dominicana el asesinato del Alcalde de Santo Domingo Este, Juan de los Santos, me motivó a escribir la siguiente reflexión.

Juancito Sport, como era conocido en el mundo empresarial, era un hombre de trabajo. Desde muy joven se dedicó al estudio y a labores empresariales, demostrando que se puede ser exitoso y honesto a la vez. Sú éxito no sólo fue en las empresas, también fue grande a nivel político. Fue Diputado, miembro del Comité Central del PLD, Alcalde de Santo Domingo Este y Miembro del Comité Político del partido morado.

Lo que conocí de este político y empresario es que era prudente, respetuoso y uno de los pocos funcionarios que, pocas veces o nunca, estuvo involucrado en escándalos de corrupción ni en temas conflictivos. Y esto no lo expreso porque haya muerto, es porque lo podía haber dicho, de él, en cualquier momento y en conversaciones con amigos así lo dejaba saber.

En los medios se llegó a mencionar a Juan como una figura presidenciable, tenía un potencial extremadamente grande en la política.

En cuanto a lo familiar se habla de que era un padre ejemplar y con una familia maravillosa.

Visto todos estos elementos, soy de los que creo que la sociedad dominicana ha perdido a un gran ser humano, un empresario de éxito y un político de grandes potenciales. Esta pérdida nos debe llevar a reflexionar como país.

Estamos ante una ola de delincuencia que debemos enfrentar con más educación, más unidad familiar, más valores, más políticas del Estado que vayan encaminadas a mejorar el empleo, el emprendurismo, la eficiencia de los servicios que brindan las instituciones y medidas que lleven deportes y formación técnica a nuestros jóvenes en ves de drogas.

Con la muerte de Juancito sale a relucir algo que todos sabemos y es que estamos rodeados de personas que son bombas de tiempo, que ante cualquier momento difícil explotan, fruto de la pérdida de valores que hemos sufrido en nuestra sociedad. El claro ejemplo fue la muerte de este alcalde, su seguridad y el inmediato suicidio del matador.

La explosión viene por problemas de deudas. En principio se dijo que el deudor era el edil asesinado, sin embargo, luego el Procurador General de la República explicó que quien debía era el matador. Parece ser que se le había hecho un embargo a las cuentas del ingeniero matador. Imagínese en pleno diciembre, ese embargo a una familia, que según informaciones, tenía un alto consumo. Es una bomba de tiempo. De gastar y gastar a no poder comprar ni una libra de arroz la situación se torna difícil. Se habla de que ya el matador había amenazado al Alcalde y, finalmente, logró su amenaza. Sea una u otra la versión, la verdad es que los conflictos deben ser tratados de otra forma.

Este hecho debe llevarnos a un nuevo camino. Un trayecto que nos redireccione a los valores, al respeto de la vida humana y que retomemos la capacidad de conversar ante los conflictos con otros seres humanos. El diálogo puede ser la diferencia.

Nuestra sociedad debe cambiar la cultura de hacer juicios a priori. Al momento de que se conoció la noticia de la muerte de Juancito muchos empezaron a especular. Unos decían que su deceso era un asunto político y otros lo ligaron a cosas que ni me atrevo a mencionar. Eso debe cambiar. Necesitamos una sociedad que espere las informaciones y que luego se haga un juicio más consistente para no crear rumores y perjudicar a familias que, además, de perder a un ser querido, pueden perder la dignidad.

Es hora de que nuestro país reflexione sobre la seguridad, los valores, la eficiencia de las instituciones estatales, la eliminación de la corrupción y el respeto a la vida humana.

Esta tragedia debe provocar un cambio profundo en nuestra sociedad. Ayer fueron desconocidos, hoy fue una figura pública conocida por todos, mañana puede ser tú o puedo ser yo. La diferencia la va hacer el cambio de rumbo y crear una cultura de diálogo antes que la violencia; una cultura de respeto ante el irespeto y, sobre todo, que aprendamos a anteponer nuestros intereses a los de la vida humana y a los de toda la sociedad. A eso le llamamos sentido común, el menos común de los sentidos.

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